Cúanta magia se puede generar con un banjo y una voz privilegiada...
La frágil presencia de Annabeth Macnamara generó cierta curiosidad que se convirtió en un silencio reverencial en el momento en el que empezó a cantar. Su dulce voz jugueteaba sin dificultad alguna con los tonos y armonías más arriesgadas.
En su presentación nos comentaron que “canta como los ángeles y toca el banjo como el diablo”, y si bien la afirmación es bastante cierta (quieza exágerada en su segunda sentencia), vimos uno de esos raros casos en los que un artista no necesita ningún tipo de artificio para brillar con una luz especial.
El concierto de Annabeth fue “algo pequeñito”, algo íntimo, algo con lo que pudimos disfrutar como si una amiga nos estuviera cantando al oído.
El lastre del idioma hizo que no nos pudiésemos comunicar todo lo que nos hubiera gustado, pero dijo algo que hace reflexionar… por la tarde, mirando el paisaje dijo que se sentía como en casa, que tenemos un paisaje muy parecido al de Arizona…
A lo mejor lo seres humanos no somos tan distintos los unos de los otros (por más que nos empecinemos en potenciar lo que nos diferencia antes que descubrir lo que nos une).
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